Muchas veces hemos comentado lo diferentes que pueden ser las
adaptaciones de los musicales a los diferentes idiomas. Cuánto queda perdido en
la traducción, ese arte en sí mismo de cuadrar sílabas y ritmos sin perder la
esencia original.
A casi todos, cuando somos tan fans de un musical que tenemos
rayado el disco del reparto original de Broadway, a veces nos cuesta
acostumbrarnos a las letras en nuestro idioma por bien adaptado que esté (que
muchos realmente lo están). Siempre se te hace extraño, no importa las veces que lo
escuches.
No obstante, que se dé este caso en las obras de teatro es más
raro. Quizás porque estemos más acostumbrados a las adaptaciones,
frecuentemente dentro de un mismo idioma. De hecho, son más que habituales las
reinterpretaciones de textos clásicos, en un afán de renovar su éxito original
o de acercarlos a nuevos públicos.
He de admitir que, mientras que sí he leído alguno de los grandes
clásicos de la literatura española (gracias a un fantástico profesor de
lengua), no he llegado a ver ninguno interpretado tal y como se escribieron. Lo
mismo me había pasado con Chéjov o Shakespeare… hasta el otro día.
Hace un par de semanas pude ver una retransmisión que hicieron de
la producción de Hamlet del National Theatre, que ocupó hasta finales de octubre
el teatro Barbican de Londres. Protagonizado por Benedict Cumberbatch (el prota
de Sherlock), agotaron localidades incluso antes de empezar las funciones.
Puede ser que, lo que en principio motivara semejante huracán de ventas fuera
el tirón mediático de Cumberbatch, que ahora mismo se encuentra en uno de los
puntos más dulces de su carrera, pero desde luego no estaba en absoluto
injustificado.
Esta producción de Hamlet mezclaba elementos contemporáneos con la
grandiosidad de un palacio danés de otro siglo. La amalgama de ambos elementos,
los trajes de época junto con sudaderas o cámaras de fotos no hacía más que
reforzar el mensaje del texto. Porque el texto, a diferencia de todo lo demás
no había sido reinterpretado, ni adaptado o modernizado, era tal cual el
original. Hecho que dotaba todo de una mayor intensidad, o tal vez fuera la
calidad de la interpretación de Cumberbatch y el resto de actores, que
brillaban en sus respectivos papeles.
En su momento, las críticas, aunque generalmente buenas, dudaban si
quizás se le había dado más eco a la producción de la que merecía, con críticos
de teatro colándose incluso en las funciones previas al estreno y otras locuras de ese
tipo. No sé cómo serían aquellas primeras funciones, pero desde luego, la que
retransmitieron de mediados de octubre poseía una fuerza que traspasaba la
pantalla.
Quizás fue por oír las palabras del Bardo por primera vez como se
escribieron, por la intensidad que desprendían los actores, que se apreciaba de
forma deferente con esos planos cortos… pero yo me pasé la función entera con
la piel de gallina. Nunca nada en el cine me había llegado tan adentro como lo
hizo esa obra. ¿Conocéis esa sensación, cuando estáis viendo una interpretación
tan buena que os dan ganas de apuntaros a la primera escuela de teatro que os
crucéis de vuelta a casa? Pues esa fue mi sensación al salir del cine. No sé
que tendrá el teatro a diferencia del cine que visto incluso a través de una
pantalla es capaz de tocar el alma de quien lo está viendo.
La verdad es que
gran parte de la culpa del estado de mis emociones al finalizar la obra se la
echo al dramaturgo inglés, no por nada están sus palabras tan integradas en la
cultura global, que prácticamente hemos dejado de ser conscientes de ello.
¿Cuántas veces habéis oído eso de “ser o no ser” a lo largo de vuestra vida?
¿Cuántos de vosotros visteis el musical Hair cuando se representó en nuestro
país (o en Broadway o el West End) y
fuisteis conscientes de todas sus referencias a Hamlet? Y es que los autores de
dicho musical (Jerome Ragni y James Rado) habían pertenecido ambos a una
compañía que representaba Shakespeare, de forma que todo el musical está
plagado de referencias a las obras de éste. Algunas, tan exageradas como el soliloquio
convertido a canción “What a piece of work is man” (traducido como “qué milagro
el hombre es”), que formaba parte del viaje psicotrópico de Claude y del que no
variaba ni una sola sílaba, o cuando al final del todo dicen eso de “the rest
is silence”, que también son las palabras finales de Hamlet… lo demás es
silencio.
Y esto es sólo una muestra, porque no dudo que las palabras del
príncipe danés seguirán generando referencias en la cultura popular y versiones
y adaptaciones varias para disfrute de todos nosotros. Porque da igual cuál sea
el país de origen de un clásico o en qué idioma se recite, siempre será un
clásico.
M.
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