miércoles, 10 de febrero de 2016

HAMLET O EL MILAGRO DEL TEATRO

Muchas veces hemos comentado lo diferentes que pueden ser las adaptaciones de los musicales a los diferentes idiomas. Cuánto queda perdido en la traducción, ese arte en sí mismo de cuadrar sílabas y ritmos sin perder la esencia original.
A casi todos, cuando somos tan fans de un musical que tenemos rayado el disco del reparto original de Broadway, a veces nos cuesta acostumbrarnos a las letras en nuestro idioma por bien adaptado que esté (que muchos realmente lo están). Siempre se te hace extraño, no importa las veces que lo escuches.
No obstante, que se dé este caso en las obras de teatro es más raro. Quizás porque estemos más acostumbrados a las adaptaciones, frecuentemente dentro de un mismo idioma. De hecho, son más que habituales las reinterpretaciones de textos clásicos, en un afán de renovar su éxito original o de acercarlos a nuevos públicos.
He de admitir que, mientras que sí he leído alguno de los grandes clásicos de la literatura española (gracias a un fantástico profesor de lengua), no he llegado a ver ninguno interpretado tal y como se escribieron. Lo mismo me había pasado con Chéjov o Shakespeare… hasta el otro día.


Hace un par de semanas pude ver una retransmisión que hicieron de la producción de Hamlet del National Theatre, que ocupó hasta finales de octubre el teatro Barbican de Londres. Protagonizado por Benedict Cumberbatch (el prota de Sherlock), agotaron localidades incluso antes de empezar las funciones. Puede ser que, lo que en principio motivara semejante huracán de ventas fuera el tirón mediático de Cumberbatch, que ahora mismo se encuentra en uno de los puntos más dulces de su carrera, pero desde luego no estaba en absoluto injustificado.
Esta producción de Hamlet mezclaba elementos contemporáneos con la grandiosidad de un palacio danés de otro siglo. La amalgama de ambos elementos, los trajes de época junto con sudaderas o cámaras de fotos no hacía más que reforzar el mensaje del texto. Porque el texto, a diferencia de todo lo demás no había sido reinterpretado, ni adaptado o modernizado, era tal cual el original. Hecho que dotaba todo de una mayor intensidad, o tal vez fuera la calidad de la interpretación de Cumberbatch y el resto de actores, que brillaban en sus respectivos papeles.


En su momento, las críticas, aunque generalmente buenas, dudaban si quizás se le había dado más eco a la producción de la que merecía, con críticos de teatro colándose incluso en las funciones previas al estreno y otras locuras de ese tipo. No sé cómo serían aquellas primeras funciones, pero desde luego, la que retransmitieron de mediados de octubre poseía una fuerza que traspasaba la pantalla.

Quizás fue por oír las palabras del Bardo por primera vez como se escribieron, por la intensidad que desprendían los actores, que se apreciaba de forma deferente con esos planos cortos… pero yo me pasé la función entera con la piel de gallina. Nunca nada en el cine me había llegado tan adentro como lo hizo esa obra. ¿Conocéis esa sensación, cuando estáis viendo una interpretación tan buena que os dan ganas de apuntaros a la primera escuela de teatro que os crucéis de vuelta a casa? Pues esa fue mi sensación al salir del cine. No sé que tendrá el teatro a diferencia del cine que visto incluso a través de una pantalla es capaz de tocar el alma de quien lo está viendo. 

La verdad es que gran parte de la culpa del estado de mis emociones al finalizar la obra se la echo al dramaturgo inglés, no por nada están sus palabras tan integradas en la cultura global, que prácticamente hemos dejado de ser conscientes de ello. ¿Cuántas veces habéis oído eso de “ser o no ser” a lo largo de vuestra vida? ¿Cuántos de vosotros visteis el musical Hair cuando se representó en nuestro país (o en Broadway  o el West End) y fuisteis conscientes de todas sus referencias a Hamlet? Y es que los autores de dicho musical (Jerome Ragni y James Rado) habían pertenecido ambos a una compañía que representaba Shakespeare, de forma que todo el musical está plagado de referencias a las obras de éste. Algunas, tan exageradas como el soliloquio convertido a canción “What a piece of work is man” (traducido como “qué milagro el hombre es”), que formaba parte del viaje psicotrópico de Claude y del que no variaba ni una sola sílaba, o cuando al final del todo dicen eso de “the rest is silence”, que también son las palabras finales de Hamlet… lo demás es silencio.


Y esto es sólo una muestra, porque no dudo que las palabras del príncipe danés seguirán generando referencias en la cultura popular y versiones y adaptaciones varias para disfrute de todos nosotros. Porque da igual cuál sea el país de origen de un clásico o en qué idioma se recite, siempre será un clásico.

M.

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